Mar profundo, luz de tormenta, mezclilla ajustada sobre una pierna que camina, marcador del polvo sobre el que crecerán paredes, hierba verde de color azul, azul que se aclara y se vuelve cielo, y se vuelve viento.
"Hay una hierba en las tierras calientes que se llama xiuhquilitl” contaba Fray Bernardino de Sahagún durante los primeros años de la conquista española. Llamado también índigo, azul maya, xigmilite, índigofera tinctoria e índigofera suffructicosa, el añil es uno de los cultivos autóctonos de mayor tradición en nuestro país.
Los indígenas usaban su extracto en cerámica y textiles, pero también con propósitos medicinales. Continua Sahagún: “mojan esta hierba y exprímenle el zumo, y échandolo en unos vasos allí se seca o se cuaja, con este color se tiñe de azul oscuro y resplandeciente."
Ya en período independentista a mediados del siglo XVIII, cuentan que las primeras banderas se teñían de azul con añil. El cultivo se expandió por todo el país y exportaban el colorante a toda Europa. Posteriormente la anilina – su versión sintética – vino a suplantarle y dejó de ser rentable.
Actualmente se están haciendo grandes esfuerzos por retomar esta tradición que había sido olvidada e incentivar artesanía innovadora.
Hace tan solo unos días camino a Juayúa paramos a un lado de Chalchuapa para visitar Casablanca, un pequeño museo del añil. En medio de numerosas “estructuras” piramidales mayas se encuentra una antigua casa de hacienda. Exhiben objetos prehispánicos encontrados en el lugar así como datos sobre la historia del añil. Con manos azules nos mostraron como procesan la planta y los usos que le dan.
Pienso en las pinturas azules de Ives Klein, en los pigmentos de Anish Kapoor, y en Rubén Darío también, ¿porqué no? Pienso inevitablemente en mis óleos marca Rembrandt traídos desde Holanda. No puedo evitar sonreír ante la ironía. ¡Que viaje más largo para algo que brota de esta tierra!
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