9.7.07

Rodolfo Molina

Perteneciente a una generación de transición  que se consolida como precursora de nuevos lenguajes artísticos y de apertura al ámbito internacional, la obra de Mayra Barraza pertenece al ambiente post moderno de los noventa, que de alguna manera preparó el camino para el advenimiento del arte contemporáneo en El Salvador.
La llamada Generación X estuvo inmersa en una etapa en la que el mundo veía el fin de la guerra fría y en nuestro propio contexto el periodo de conflicto armado, un momento de cambios, de  aparición de nuevas tecnologías, del VIH, la urbanización del país y el inicio de la diáspora al extranjero. Una generación que se vio afectada por una juventud atrapada en la situación política de los ochentas y que en contraposición se definió “sin ideales definidos”, marcados por un periodo de nihilismo, el trabajo de estos artistas ha estado caracterizado por una visión  interesada en expresiones globalizadas.
Sus integrantes han sido todos partícipes de algunas manifestaciones experimentales con acciones que implican el uso de nuevos lenguajes,  como la instalación y el “performance”,  y pertenecen al grupo de artistas  que comienza a utilizar en el país una mezcla de lenguajes de una manera  más libre,  y también   incorporan temáticas que tienen relación con lo urbano y lo cotidiano.
La obra de Mayra Barraza en su serie de cabezas voladoras es producto de varias influencias entre las que sobresale  el aspecto surrealista, la artista también retoma otros aspectos de la historia del arte, para presentarnos una propuesta contemporánea. Tanto en sus dibujos como en su obra pictórica, las situaciones  representadas, nos sitúan inmediatamente en un escenario onírico, sus dibujos son de  gran calidad poética y atmosférica.

En la obra “En algún lugar de un gran país”, el agitado paisaje de fondo tiene una cualidad expresionista que dialoga con el  rostro de una mujer de edad mediana, esta dualidad logra plantearnos una situación de desasosiego, el paisaje trabaja a la manera de un escenario para un drama como si fuese sacado de  una escena de El Bosco. El rostro nos remite a la larga tradición que ha tenido el arte occidental en la representación del dolor y la mitología, una temática que  ha sido usada especialmente en el arte religioso. En este caso, la artista utiliza recursos de esta iconografía para plantearnos una propuesta que no deja de lado el aspecto cotidiano y de la vida personal, otorgándole a la pieza una categoría feminista. El personaje sin llegar a serlo se insinúa como una especie de medusa  contemporánea.

Rodolfo Molina
Artista y curador
San Salvador, Julio 2007

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