1.12.98

Icaro en vuelo - Miguel Huezo Mixco

¿Por qué un laberinto? Las difíciles pruebas que hay que remontar para alcanzar un propósito anhelado, o simplemente para salir de los atolladeros de la vida hacia un estadio superior de existencia, suelen tener recorridos sinuosos, intrincados, asolados con las emboscadas de la vida y la muerte. En una ciudad, por ejemplo. En una ciudad cualquiera, donde los rodeos y los equívocos nos sitúan frente a una soledad que convida a errar. Con esta exposición, la pintura de Mayra Barraza viene a ser como una renovada metáfora de la maraña de la vida. Lo que pinta, ¿es la odisea de un alma en búsqueda? ¿La peregrinación hacia el inevitable encuentro con lo desconocido? ¿O es el primer viraje hacia la abstracción de una pintora comprometida desde hace años con la exploración plástica del cuerpo y sus huéspedes? No hay respuesta: el viaje es libre y todo puede ocurrir, enredarse o resolverse.
    Esta exposición, desde que fue proyectada por la pintora como una instalación para un espacio de 80 metros cuadrados, destinada a participar en la II Bienal de Lima, partió de la idea simbólica del laberinto. A partir de la visión de un mundo circular y de las incertidumbres que acompañan al transeúnte al recorrer su ciudad, Mayra recurrió a la atávica relación de la vida espiritual con la búsqueda del centro. Pero en su realización material, la pintora alzó el vuelo por encima de la urbe, como una conciencia que quiere ser libre y que no tiene otra elección que remontar las encrucijadas, y contemplar con distancia y perspectiva la madeja que brilla entre la intrincada red vial y los bloques de la ciudad. No hay salida del laberinto sino volando sobre él.
    El resultado es asombroso, tanto por su calidad artística como porque nos ofrece una visión de la ciudad desde una perspectiva desconocida. Al ingresar a la instalación, el transeúnte se encuentra con el trazo minucioso y detallado, sobre el piso y la pared del fondo, del plano general de San Salvador. No hay, sin embargo, una ruta prescrita para transitarla. El visitante puede caminar sobre ella como un gigante y contemplar, en las paredes de la sala, como desde un privilegiado mirador situado a decenas de kilómetros de altura, los cuadros de Mayra que, en relación con el plano, se convierten en verdaderos acercamientos a algunas porciones de la ciudad que el observador tiene bajo sus pies.
    Pienso que Icaro, al evadirse de la casa del Minotauro, habría tenido una vista similar de nuestra ciudad. La historia de este ilustre volador bien puede servirnos para hablar de la valerosa tentativa que Mayra Barraza emprende en el terreno de la plástica. Esta exposición es su primer movimiento hacia lo abstracto. La expresión puede resultar aventurada, pero quienes han seguido con atención la trayectoria de esta pintora, saben que su nombre ha sido asociado invariablemente con sus trabajos sobre la figura humana; saben también que su práctica rigurosa en el dibujo y en la pintura ha convertido al cuerpo en una forma privilegiada para la renovación de la plástica salvadoreña, dominada desde hace veinte años por la banalidad de las formas. Y con su trabajo, Mayra ha sido una contradictora de esa idea artística que en gran medida se ha construido con una mezcla de desconfianza y desprecio hacia el cuerpo.
    Lo que la pintora pone ahora frente a nuestros ojos es un trabajo radicalmente distinto y, en cierto modo, desconocido, que de su parte significa una ruptura no sólo con una forma de pintar sino también de ver el mundo. En este viraje hacia la búsqueda de lenguajes y significaciones nuevas, Mayra no se abstrae de los referentes naturales o reales, sino que su tentativa consiste en darle mayor libertad a las relaciones de sus representaciones desde una perspectiva esencialmente pictórica, otorgándole mayor autonomía a los medios y materiales, ya que ahora son éstos, y no la representación humana, los que tienen un papel preponderante en su propuesta plástica. Ese es su vuelo sobre la ciudad.

(Texto para el catálogo de la II Bienal de Lima, 1998.)

1.5.98

Luz sobre la ciudad oculta - Miguel Huezo Mixco

La muestra pictórica inaugurada este 28 de mayo por Mayra Barraza está más cerca de la provocación que del "decorativismo" que suele dominar las artes plásticas salvadoreñas. No sólo el entorno en el que se exhiben sino también sus temas parecen destinados a inquietar: torsos masculinos desnudos en poses de una agresiva sensualidad, que sin embargo recuerdan a las figuras en éxtasis de los mártires de la iglesia romana.
    Pero estos "mártires" no exhalan olor a santidad: son el tipo de personas que uno no quisiera encontrarse a solas en una calle. "Corazón de lumbre", "El ángel del profeta", "Lengua de fuego", títulos de algunos de los cuadros, son personajes tomados directamente de sus estudios en grafito y fotografías de jóvenes pandilleros, que bajo los reflectores de la exclusiva galería donde se exhiben aparecen compenetrados de una violencia contenida.  No deja de ser llamativo el ingreso de estos sujetos, los hijos espúreos de la sociedad salvadoreña, protagonistas de la nota roja de todos los días, a la galería 1-2-3-, una de las salas más prestigiosas de la ciudad. 
    Esta es la cuarta exposición individual de Mayra Barraza. La artista tiene 31 años. De madre española y padre nicaragüense-salvadoreño, Mayra estudió en la prestigiosa Corcoran School of Arts, en la ciudad de Washigton D.C. Su tío-abuelo por línea paterna fue el reconocido pintor nicaragüense Rodrigo Peñalba. A lo largo de sus diez años de actividad profesional, ha participado de manera destacada en numerosas exposiciones colectivas; en 1995 uno de sus trabajos se hizo acredor a una mención especial en el IV Salón de dibujo de Santo Domingo, República Dominicana. 
    Fundada en los años 70, la 1-2-3 vende decenas de miles de dólares al año en obras plásticas a los adinerados salvadoreños, así como a diplomáticos y burócratas de organismos internacionales residentes en el país. La galería se receta el 50% de la venta de cualquier obra pictórica de su fondo de autores. Los precios, como puede imaginarse, son relativamente altos. Los acrílicos de Mayra Barraza, que no son los más caros en comparación con otros autores, se venden en unos 3 mil dólares. En un espacio como este, hombres tocándose los genitales en un gesto de exaltación y desafío, o en poses que evocan al venerado ícono del Sagrado Corazón de Jesús, más bien tienen un efecto inquietante.
    Las propietarias de la galería lo supieron desde el principio: vender estos cuadros no será fácil. En efecto: en un medio donde los pintores suelen verse tiranizados por el gusto de sus clientes, los artistas pintan pensando en no irritar el iris de la conservadora clase adinerada. Muchos de los invitados al cóctel de inauguración de la muestra, titulada "Pasión de la ciudad oculta", coincidieron en señalar la terrible belleza y fuerza de los agresivos personajes de Mayra, pero también en que no llevarían a uno de estos hombres al comedor de sus residencias... ni en pintura.
    La explicación la tiene la misma artista. "Estos personajes —dice Mayra Barraza— les recordarían la vulnerabilidad de su situación, la amenaza a su seguridad y sus posesiones materiales, y establecerían un cuestionamiento a su modo de vida". "Esta exposición no fue realizada con el único objetivo de venderse", advierte.  Luego de las tres semanas de exposición en la galería, los planes de la artista son organizar exhibiciones en circuitos no convencionales; incluso se propone llevar sus cuadros hasta la Casa de la Cultura de El Salvador en la ciudad de Los Angeles, California. Como se sabe, la matriz de las "maras" salvadoreñas se encuentra en las calles de la ciudad angelina, donde nacieron como un mecanismo de autodefensa frente a las maras mexicanas y la discriminación de los "anglos".
    En los cinco últimos años las "maras" juveniles han seducido a no pocos artistas.  La cantautora Lorena Cuerno Clavel y su banda «Los del bajo mundo», han llevado música rock hasta las colonias del arco norte de la ciudad de San Salvador, donde la basura y la falta de agua son tan cotidianos como los enfrentamientos entre bandas juveniles rivales. También un grupo de artistas de teatro ha realizado dos montajes de aficionados con miembros de las maras recluídos en recintos para menores. Iglesias de diferentes denominaciones desarrollan también programas de rehabilitación impartiendo talleres de artesanías o mecánica automotriz para jóvenes que buscan integrarse a la sociedad. Con la exposición de Mayra Barraza, los temidos personajes de las cárceles y los sórdidos pasajes de Soyapango, han sido por primera vez elevados a la categoría de gran arte.
    Las expresiones subculturales de las maras ya forman parte del paisaje urbano y de la cotidianeidad salvadoreña. Su presencia es obvia por doquier: sobre las viejas consignas políticas de los años 80, ahora surgen las pintadas de los "mareros", con crípticos mensajes que contienen desde señales de los límites de sus territorios y declaraciones de guerra contra las bandas rivales, hasta testimonios de amor y despecho.
    No se trata de los miembros más distinguidos de la sociedad salvadoreña. Una reciente encuesta de la Gallup publicada en esta ciudad, reveló que, junto al deterioro de la capacidad adquisitiva de la población, la inseguridad ciudadana es el mayor dolor de cabeza de los salvadoreños. Las estadísticas policiales aseguran que poco más del cuarenta por ciento de los hechos delictivos y de sangre que se cometen en el país son obra de jóvenes vinculados a las "maras". Están asociados con crímenes y violaciones, robos y riñas con saldos trágicos. Pueden ser vistos solamente como un problema. Son, sin embargo, portadores de una seductora rebeldía capaz de mover al odio o a la compasión.   

San Salvador, 1998.

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