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Luz sobre la ciudad oculta - Miguel Huezo Mixco

La muestra pictórica inaugurada este 28 de mayo por Mayra Barraza está más cerca de la provocación que del "decorativismo" que suele dominar las artes plásticas salvadoreñas. No sólo el entorno en el que se exhiben sino también sus temas parecen destinados a inquietar: torsos masculinos desnudos en poses de una agresiva sensualidad, que sin embargo recuerdan a las figuras en éxtasis de los mártires de la iglesia romana.
    Pero estos "mártires" no exhalan olor a santidad: son el tipo de personas que uno no quisiera encontrarse a solas en una calle. "Corazón de lumbre", "El ángel del profeta", "Lengua de fuego", títulos de algunos de los cuadros, son personajes tomados directamente de sus estudios en grafito y fotografías de jóvenes pandilleros, que bajo los reflectores de la exclusiva galería donde se exhiben aparecen compenetrados de una violencia contenida.  No deja de ser llamativo el ingreso de estos sujetos, los hijos espúreos de la sociedad salvadoreña, protagonistas de la nota roja de todos los días, a la galería 1-2-3-, una de las salas más prestigiosas de la ciudad. 
    Esta es la cuarta exposición individual de Mayra Barraza. La artista tiene 31 años. De madre española y padre nicaragüense-salvadoreño, Mayra estudió en la prestigiosa Corcoran School of Arts, en la ciudad de Washigton D.C. Su tío-abuelo por línea paterna fue el reconocido pintor nicaragüense Rodrigo Peñalba. A lo largo de sus diez años de actividad profesional, ha participado de manera destacada en numerosas exposiciones colectivas; en 1995 uno de sus trabajos se hizo acredor a una mención especial en el IV Salón de dibujo de Santo Domingo, República Dominicana. 
    Fundada en los años 70, la 1-2-3 vende decenas de miles de dólares al año en obras plásticas a los adinerados salvadoreños, así como a diplomáticos y burócratas de organismos internacionales residentes en el país. La galería se receta el 50% de la venta de cualquier obra pictórica de su fondo de autores. Los precios, como puede imaginarse, son relativamente altos. Los acrílicos de Mayra Barraza, que no son los más caros en comparación con otros autores, se venden en unos 3 mil dólares. En un espacio como este, hombres tocándose los genitales en un gesto de exaltación y desafío, o en poses que evocan al venerado ícono del Sagrado Corazón de Jesús, más bien tienen un efecto inquietante.
    Las propietarias de la galería lo supieron desde el principio: vender estos cuadros no será fácil. En efecto: en un medio donde los pintores suelen verse tiranizados por el gusto de sus clientes, los artistas pintan pensando en no irritar el iris de la conservadora clase adinerada. Muchos de los invitados al cóctel de inauguración de la muestra, titulada "Pasión de la ciudad oculta", coincidieron en señalar la terrible belleza y fuerza de los agresivos personajes de Mayra, pero también en que no llevarían a uno de estos hombres al comedor de sus residencias... ni en pintura.
    La explicación la tiene la misma artista. "Estos personajes —dice Mayra Barraza— les recordarían la vulnerabilidad de su situación, la amenaza a su seguridad y sus posesiones materiales, y establecerían un cuestionamiento a su modo de vida". "Esta exposición no fue realizada con el único objetivo de venderse", advierte.  Luego de las tres semanas de exposición en la galería, los planes de la artista son organizar exhibiciones en circuitos no convencionales; incluso se propone llevar sus cuadros hasta la Casa de la Cultura de El Salvador en la ciudad de Los Angeles, California. Como se sabe, la matriz de las "maras" salvadoreñas se encuentra en las calles de la ciudad angelina, donde nacieron como un mecanismo de autodefensa frente a las maras mexicanas y la discriminación de los "anglos".
    En los cinco últimos años las "maras" juveniles han seducido a no pocos artistas.  La cantautora Lorena Cuerno Clavel y su banda «Los del bajo mundo», han llevado música rock hasta las colonias del arco norte de la ciudad de San Salvador, donde la basura y la falta de agua son tan cotidianos como los enfrentamientos entre bandas juveniles rivales. También un grupo de artistas de teatro ha realizado dos montajes de aficionados con miembros de las maras recluídos en recintos para menores. Iglesias de diferentes denominaciones desarrollan también programas de rehabilitación impartiendo talleres de artesanías o mecánica automotriz para jóvenes que buscan integrarse a la sociedad. Con la exposición de Mayra Barraza, los temidos personajes de las cárceles y los sórdidos pasajes de Soyapango, han sido por primera vez elevados a la categoría de gran arte.
    Las expresiones subculturales de las maras ya forman parte del paisaje urbano y de la cotidianeidad salvadoreña. Su presencia es obvia por doquier: sobre las viejas consignas políticas de los años 80, ahora surgen las pintadas de los "mareros", con crípticos mensajes que contienen desde señales de los límites de sus territorios y declaraciones de guerra contra las bandas rivales, hasta testimonios de amor y despecho.
    No se trata de los miembros más distinguidos de la sociedad salvadoreña. Una reciente encuesta de la Gallup publicada en esta ciudad, reveló que, junto al deterioro de la capacidad adquisitiva de la población, la inseguridad ciudadana es el mayor dolor de cabeza de los salvadoreños. Las estadísticas policiales aseguran que poco más del cuarenta por ciento de los hechos delictivos y de sangre que se cometen en el país son obra de jóvenes vinculados a las "maras". Están asociados con crímenes y violaciones, robos y riñas con saldos trágicos. Pueden ser vistos solamente como un problema. Son, sin embargo, portadores de una seductora rebeldía capaz de mover al odio o a la compasión.   

San Salvador, 1998.

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