14.2.06

Cadáver Exquisito - Gentes de mi pueblo

Cabello blanco, ojos enmarcados por grietas profundas y una sonrisa serena tiene el artista Camilo Minero con 87 años dedicados al arte. Ahora, gracias a Fundación Paiz, en la Sala Nacional podemos hacer un recorrido por su obra.

Al entrar, una pintura de gran formato llamada “Escuela rural” retrata a un grupo de niños, libros en mano, rodeados de verdes hojas. Este óleo de 1963 denota la influencia mexicana de sus estudios en el legendario Taller de Gráfica Popular. Muestra también la intención primordial de Minero a lo largo de su vida: retratar - en sus palabras - “motivos cotidianos de las gentes humildes” para abordar “temas sociopolíticos de carácter humanista”.

De ese interés por captar la identidad de su “pueblo” e insertarse en la modernidad con voz propia, Minero formula su lenguaje. Combina el paisaje y los retratos (ejemplos: canillita, cortadores de café) - con divisiones del plano pictórico que dan “una sensación caleidoscópica”, e investiga las posibilidades expresivas de los “amarillos frenéticos” y de las técnicas de la xilografía, “ceráfica”, impasto, y collage logrando un conjunto inusitado particularmente estruendoso.

De la muestra, la selección de grabados en madera es - aunque pequeña - espectacular. En “El Cuco” por ejemplo, de 1978, con líneas sinuosas conforma una especie de paisaje líquido de arena, agua y nubes en permanente movimiento.

Al salir de la Sala me vienen a la mente algunas de las imágenes que evoca el español Julio Llamazares en su libro “La lluvia amarilla”. La novela es un monólogo del último habitante de un pueblo abandonado que hace un recorrido por su memoria y dice: “...todo a mí alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de sí mismo.”

Cadáver Exquisito - Todos juntos

Dicen que solo tenía 15 años… (voltea a ver hacia atrás y baja la voz) ...la María Nery, de ahí de La Libertad. Me contaron que era bien sanita y hasta hace poco estudiaba el segundo grado.

Me dijeron que ella venía de la casa de la vecina, o que la habían sacado con engaños de su casa, ya no me acuerdo bien, cuando este que le dicen Flaco - que cada vez que podía la molestaba - la fue arrinconando hacia una casa abandonada. Dicen que aparecieron otros dos, ¿o eran tres? Es que ya no se sabe, dicen tantas cosas.

Su familia tiene miedo. Tiene miedo que suelten a estos muchachos que la mataron. Solo piden que los castiguen.

Dicen que la niña fue valiente. Que la querían abusar esos muchachos y ella no se dejó. Fue entonces cuando sacaron el machete y comenzaron a golpearla. Dale que dale, toda herida llena de sangre gritaba la pobre. Se defendía como podía con los brazos en alto, hasta que le volaron una mano. Ahí cayó, sí, ahí mismo, en ese charco de lodo.

Ellos salieron corriendo. Dicen que por allá por Tepecoyo agarraron a uno. Sí, la niña fue valiente. ¡Fíjese que todavía antes de morir identificó a los que la habían atacado!

Cosa más horrible todo esto que ha pasado. ¡Ganas de llorar me dan! Y mire en los periódicos, todos los días pasa algo. Mire la pobre Zuleyma Guevara, y apenas el otro dia la Violeta Lara, de regreso a su casa iba cuando una bala perdida la mató.

Esto no puede seguir. Hay que hacer algo. Sus familias deben saber que los acompañamos en su dolor. Que todos estamos con ellos. Que cuando matan a alguien, un pedacito de nosotros muere con ellos. Que no lo vamos a permitir más. Que estamos todos juntos en esto.


Publicado en La Prensa Gráfica, Julio 2004.

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