Cabello blanco, ojos enmarcados por grietas profundas y una sonrisa serena tiene el artista Camilo Minero con 87 años dedicados al arte. Ahora, gracias a Fundación Paiz, en la Sala Nacional podemos hacer un recorrido por su obra.
Al entrar, una pintura de gran formato llamada “Escuela rural” retrata a un grupo de niños, libros en mano, rodeados de verdes hojas. Este óleo de 1963 denota la influencia mexicana de sus estudios en el legendario Taller de Gráfica Popular. Muestra también la intención primordial de Minero a lo largo de su vida: retratar - en sus palabras - “motivos cotidianos de las gentes humildes” para abordar “temas sociopolíticos de carácter humanista”.
De ese interés por captar la identidad de su “pueblo” e insertarse en la modernidad con voz propia, Minero formula su lenguaje. Combina el paisaje y los retratos (ejemplos: canillita, cortadores de café) - con divisiones del plano pictórico que dan “una sensación caleidoscópica”, e investiga las posibilidades expresivas de los “amarillos frenéticos” y de las técnicas de la xilografía, “ceráfica”, impasto, y collage logrando un conjunto inusitado particularmente estruendoso.
De la muestra, la selección de grabados en madera es - aunque pequeña - espectacular. En “El Cuco” por ejemplo, de 1978, con líneas sinuosas conforma una especie de paisaje líquido de arena, agua y nubes en permanente movimiento.
Al salir de la Sala me vienen a la mente algunas de las imágenes que evoca el español Julio Llamazares en su libro “La lluvia amarilla”. La novela es un monólogo del último habitante de un pueblo abandonado que hace un recorrido por su memoria y dice: “...todo a mí alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de sí mismo.”
Al entrar, una pintura de gran formato llamada “Escuela rural” retrata a un grupo de niños, libros en mano, rodeados de verdes hojas. Este óleo de 1963 denota la influencia mexicana de sus estudios en el legendario Taller de Gráfica Popular. Muestra también la intención primordial de Minero a lo largo de su vida: retratar - en sus palabras - “motivos cotidianos de las gentes humildes” para abordar “temas sociopolíticos de carácter humanista”.
De ese interés por captar la identidad de su “pueblo” e insertarse en la modernidad con voz propia, Minero formula su lenguaje. Combina el paisaje y los retratos (ejemplos: canillita, cortadores de café) - con divisiones del plano pictórico que dan “una sensación caleidoscópica”, e investiga las posibilidades expresivas de los “amarillos frenéticos” y de las técnicas de la xilografía, “ceráfica”, impasto, y collage logrando un conjunto inusitado particularmente estruendoso.
De la muestra, la selección de grabados en madera es - aunque pequeña - espectacular. En “El Cuco” por ejemplo, de 1978, con líneas sinuosas conforma una especie de paisaje líquido de arena, agua y nubes en permanente movimiento.
Al salir de la Sala me vienen a la mente algunas de las imágenes que evoca el español Julio Llamazares en su libro “La lluvia amarilla”. La novela es un monólogo del último habitante de un pueblo abandonado que hace un recorrido por su memoria y dice: “...todo a mí alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de sí mismo.”
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