Jugando-jugando comenzó la discusión en un taller virtual de letras.
René Rodas tira la primera piedra-poema. La atrapo, entremezclo sus líneas al azar y las combino con una imagen de Diana, la cazadora. “Dadá es sabroso” contesta Menjívar, “una especie de patada en los (*bip*) a la solemnidad”. Todos sonrientes, fin del primer round.
Continuo en tono irreverente: Fue Duchamp quien en noches de tierno cariño pronunciara por primera vez en tono afrancesado “dadá”. Rivera Larios solemne, ingresa al cuadrilátero demandando respeto a los dadaístas y rechazo a sus seguidores, todos ellos impostores. Alza un dedo al aire y remeda: “Yo a veces me disfrazo de DADA para no pensar DADA.”
Tristan Tzara, en su manifiesto dadaísta de principios del siglo pasado escribió: “Dadá es un microbio virgen que penetra con la insistencia del aire en todos los espacios que la razón no ha podido llenar con palabras o convenciones.”
En artes visuales fue un movimiento que dio pocos resultados memorables. Pocos pero buenos dirán otros: el urinal de Duchamp por ejemplo. Rivera explica que el Dadaísmo “constituyó una ruptura de las más feroces: desmantelaba el escenario, los bordes genéricos, perforaba la razón (la mordía) y abría el juego de los signos a la vida irracional.” Veloz e implacable, Menjívar opina que el dadaísmo tuvo sus orígenes en Mallarmé y Rabelais, para después desembocar en los surrealistas.
Rivera pregunta -en un destello luminoso de talento-: “¿Quién dijo que el pensamiento no se podía pelar como un guineo para extraer su blanda sustancia metafísica?”.
Embargado por el espíritu dadaísta Menjívar Ochoa contesta: “Escúpame a la cara y después escriba un poema. Gracias.”
Y él publico eufórico se levanta, las paredes retumban de aplausos mientras Dadá yace agonizante tumbado boca abajo sobre el piso ahulado del cuadrilátero. Un delicado hilo de sangre brota de su boca.
René Rodas tira la primera piedra-poema. La atrapo, entremezclo sus líneas al azar y las combino con una imagen de Diana, la cazadora. “Dadá es sabroso” contesta Menjívar, “una especie de patada en los (*bip*) a la solemnidad”. Todos sonrientes, fin del primer round.
Continuo en tono irreverente: Fue Duchamp quien en noches de tierno cariño pronunciara por primera vez en tono afrancesado “dadá”. Rivera Larios solemne, ingresa al cuadrilátero demandando respeto a los dadaístas y rechazo a sus seguidores, todos ellos impostores. Alza un dedo al aire y remeda: “Yo a veces me disfrazo de DADA para no pensar DADA.”
Tristan Tzara, en su manifiesto dadaísta de principios del siglo pasado escribió: “Dadá es un microbio virgen que penetra con la insistencia del aire en todos los espacios que la razón no ha podido llenar con palabras o convenciones.”
En artes visuales fue un movimiento que dio pocos resultados memorables. Pocos pero buenos dirán otros: el urinal de Duchamp por ejemplo. Rivera explica que el Dadaísmo “constituyó una ruptura de las más feroces: desmantelaba el escenario, los bordes genéricos, perforaba la razón (la mordía) y abría el juego de los signos a la vida irracional.” Veloz e implacable, Menjívar opina que el dadaísmo tuvo sus orígenes en Mallarmé y Rabelais, para después desembocar en los surrealistas.
Rivera pregunta -en un destello luminoso de talento-: “¿Quién dijo que el pensamiento no se podía pelar como un guineo para extraer su blanda sustancia metafísica?”.
Embargado por el espíritu dadaísta Menjívar Ochoa contesta: “Escúpame a la cara y después escriba un poema. Gracias.”
Y él publico eufórico se levanta, las paredes retumban de aplausos mientras Dadá yace agonizante tumbado boca abajo sobre el piso ahulado del cuadrilátero. Un delicado hilo de sangre brota de su boca.
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