15.2.07

Lotería de arte

Breve recuento de la historia, estado actual y condicionantes del arte contemporáneo en El Salvador.

El cascabel

¿Existe arte contemporáneo en El Salvador?

Aunque parezca obvia la respuesta, la pregunta sigue siendo válida porque nos lleva al meollo de la cuestión: ¿Qué determina la contemporaneidad del arte? ¿Se encuentra ésta en la obra misma o en el ojo del espectador? ¿Se mide en relación a su entorno inmediato o a un modelo ideal? Pero ello será quizás tema de discusión filosófica en las trincheras de este seminario.

Volviendo a la pregunta inicial mi respuesta es: ¡claro que sí! y no como movimiento de brotes esporádicos, sino de manera constante y sonante a pesar de sus altos y bajos. Inicia - a mi juicio - con la exploración de formas y medios no tradicionales del movimiento de pintura abstracta / matérica en los años 60 aproximadamente, de la mano de una generación de artistas formados como arquitectos, como fuera Benjamín Cañas por ejemplo.

Desde entonces los artistas han incorporado el grabado, pintura, fotografía, video, escultura, intervenciones y performances, tomando libremente de lenguajes tan diferentes como son el cómic, la moda, el graffiti, o la historia del arte, utilizando todos los soportes disponibles: como el paisaje mismo, las paredes, o la pantalla de la computadora, en una amplia diversidad de estilos.

La casa

¿Existe un contexto nacional para ello?

Me parece que sí, que el arte contemporáneo en El Salvador parte de un contexto propio, aunque no creo se pueda decir lo mismo a la inversa. Podemos verlo en los temas que desarrollamos los artistas: violencia, migración, identidad, por ejemplo. Existen propuestas individuales de artistas como Rodolfo Molina, Muriel Hasbún o Luis Lazo, pero también grupales como los Colectivos Adobe o Hetero. Y aunque lo nacional es su eje de articulación, faltan aun iniciativas que vinculen esas propuestas y les den un espacio común en el que se puedan hacer evidentes sus disonancias y coincidencias. Dos ejemplos muy recientes en los que he participado como artista y curadora: la exposición “LIBRo+artE”, en la Feria Centroamericana del Libro en torno al libro y la literatura desde las artes visuales, y “Ruta 06: Intervenciones en el Centro Histórico”.

Aunque no lo abordemos en este momento, si debo mencionar aquí la paradoja de lo “nacional”.
Me refiero específicamente a que una quinta parte de la población salvadoreña aproximadamente, vive afuera de El Salvador. Lo que nos lleva a un contexto mucho más complejo de analizar y para el cual aun todavía se cuenta con pocas herramientas para comprender.

El viejo

No se puede hablar de la historia sin pensar en el futuro. Si partimos de que la memoria depositada en el arte es la clave de una sociedad para hacer frente al futuro veremos que aun nos depara un horizonte incierto.

Desgraciadamente en El Salvador aun no contamos con un registro de nuestro pasado artístico: no existe publicada una historia de las artes visuales salvadoreñas, la pinacoteca nacional se encuentra dispersa entre los pasillos de casa presidencial y algunas oficinas estatales (en los últimos diez años que yo recuerde nunca se ha exhibido completa), la colección permanente del Museo de Arte tiene graves omisiones y únicamente abarca hasta los años 80.

¿Cómo se establecen relaciones intergeneracionales de los artistas contemporáneos? Difícilmente. En las condiciones relatadas anteriormente los diálogos con la historia son casi imposibles, y entre contemporáneos el diálogo es tan veloz y sin registro alguno que a fin de cuentas lo que queda es solo que se tiene enfrente. Así se excluye - y por lo tanto se invisibiliza - el aporte más procesado y maduro, por el más ingenioso y quizás de ligera reflexión, independientemente que éste se haya basado en el anterior en gran medida.

Pero la historia no nos permite olvidar que hace tan solo 30 años en El Salvador sonaban tambores de guerra. Que durante mucho tiempo el nuestro fue país de militares en pugna por el poder, jugando cruelmente a la guerra fría. Todo el país giraba en torno a la máquina de hacer guerra, y las artes visuales no fueron la excepción. Muchos de nuestros artistas murieron o tuvieron que irse al exilio y aquellos que se quedaron se concentraron en la denuncia o la evasión. Aunque fue un tiempo de alta inversión en las artes por el sector financiero, se desarrollaron paralelamente lenguajes de guerra: fotografía, video, arte correo, grabado, pintas, ilustraciones, todo ello aun poco documentado.

El contraste y cambio ha sido marcado y veloz a partir de la firma de paz. Gremiales, ONGs, y artistas han trabajado mucho por abrir espacios nuevamente para la libre expresión y el apoyo a las artes visuales. La Asociación de Artistas Plásticos, la Asociación de Trabajadores por el Arte y la Cultura, la Asociación Salvadoreña de Mujeres en las Artes, la Escuela de Artes de la Universidad de El Salvador, el Museo de la Palabra y la Imagen, el Patronato Pro Patrimonio Cultural y más recientemente la Fundación Paiz, el Museo de Arte de El Salvador, la Fundación Clic, el Centro Cultural de España y esfuerzos como Arte con voz, El ojo de Adrián, y la Red de artes visuales de El Salvador, son solo algunos de los ejemplos de ello.

La señorita

La Sala Nacional de Exposiciones abrió sus puertas hace dos años después de un largo período en “restauración”, con una exposición colectiva de artes visuales titulada: “Generaciones Próximas” de 23 artistas salvadoreños contemporáneos. Aunque su título sugería una proximidad entre las propuestas, al recorrer la muestra se podía observar gran diversidad de formulaciones multidisciplinarias, de investigaciones técnicas y de contenidos.

Desde una perspectiva un tanto inusual, la de su relación con el tiempo, logré agruparlas en tres tendencias y menciono aquí algunos ejemplos de cada. Un grupo lo conformaban trabajos realizados con aplomo y desenvoltura que hablaban de un presente contundente: José Rodríguez, Hernán Reyes y Miguel Martino. Otro grupo, de formulación más poética y sutil, hablaba de un tiempo mágico perenne: José David Herrera y Orlando Cuadra. Un tercer grupo lo conformaban a mi juicio trabajos más experimentales, de tiempos dispares o erráticos, con novedoso uso de la materia y desarrollo conceptual. Arriesgados y por ello no siempre logrados, tenían sin embargo una fuerte carga emotiva que no les dejaba pasar inadvertidos, como por ejemplo el vídeo de Camila Sol, o las fotografías de Ronald Morán.

Existen varios elementos que a mi manera de ver identifican a la creación artística contemporánea y los menciono aquí brevemente a manera de dar un panorama general: la creciente participación de mujeres artistas y jóvenes artistas, la transculturación de lenguajes por vías marginales (a través de las maras) y mainstream (medios de comunicación masiva), un aparente sismo entre pintores tradicionales “nacionales” y artistas de nuevos medios “internacionalistas”, la fuga de talentos y, el “retorno” de artistas de salvadoreños de segunda generación.

Por ello el contexto nacional aparece como un caldero de ingredientes revueltos en donde es imprescindible prestar atención a sus condicionantes.

El caldero

La escuela: educación artística. Este es un tema de por sí complejo pues abarca desde las escuelas públicas y la falta de maestros capacitados, las escuelas privadas de arte y la ausencia de regulación curricular y acreditación, la diferenciación entre estudios vocacionales versus estudios profesionales - hasta ahora inexistente, así como la formación artística superior a nivel de técnico o licenciatura con la falta de acreditación y oportunidades laborales que le aquejan.
El vago: opciones laborales. En un mercado laboral de por sí restringido, con pocos espacios a la creatividad, las opciones laborales para un artista se limitan a la docencia. Muchos de nuestros artistas jóvenes buscan salidas profesionales a sus intereses artísticos y se forman como diseñadores, comunicadores o arquitectos de profesión, lo que indudablemente deja huella en sus propuestas estéticas.

El zapato: organización gremial. Aunque tienen larga historia en el país es recientemente que su trabajo ha cobrado mayor impulso gracias al empeño de sus miembros, al sistema de transferencias de Concultura y al apoyo de la empresa privada. Desde marzo de este año hemos conformado una comisión preparatoria para constituir el Foro de Artes Visuales de El Salvador que será un importante esfuerzo para trabajar como sector en las áreas de mayor urgencia.
La calle: espacios públicos. Aquí aun es notoria la ausencia de un plan de arte público permanente, de una estrategia de fondos para financiarlo, y de convocatorias abiertas incluyentes. Sin embargo comienza a verse una tendencia de los centros de estudios superiores -a través de sus unidades de cultura- y las municipalidades, en abrir espacios de interacción entre su población estudiantil y la sociedad a través de las artes visuales.

El avión: proyección internacional. Esta es casi nula y la que existe es gracias a iniciativas de los mismos artistas, las redes de salvadoreños en el extranjero, incipientes iniciativas en internet, y esfuerzos esporádicos de algunos consulados.

La sirena encantada: políticas estatales. La única política aparente es la ausencia de políticas. Es notoria la falta de visión y voluntad política. Sin embargo, desde la Coordinación de artes visuales de Concultura (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte) se alcanzan a detectar algunas líneas de acción concretas: promoción del grabado, asignación de espacios de exhibición para arte joven y descentralización de las exposiciones.

El trono: legitimadores. Académicos, historiadores, críticos, curadores, coleccionistas son contados con los dedos de… bueno, quizás dos manos. El trabajo más importante en este sentido lo realizan a mi modo de ver los medios impresos que desde hace algunos años dedican a diario espacios de reportaje cultural.

El ojo: espectadores. Varios dilemas aquí ante un público aún escaso. ¿Cómo acercar a más gente al arte? ¿Cómo lograr un público más informado y mejor formado?

La moneda: mercado del arte. En orden de mayor a menor responsabilidad social sobre su poder de compra, debiera encontrarse primero la pinacoteca nacional, pero sin presupuesto para adquisiciones queda afuera. Le siguen fundaciones privadas como la Ma. Escalón de Núñez, que gradualmente ha ido conformando una colección propia; y las instituciones financieras (sólo el Banco Cuscatlán tiene más de 500 obras en su colección) aunque con criterios de compra por lo general ambiguos. Los coleccionistas también marcan una pauta interesante aunque escasa. En cuanto a galerías, en El Salvador hace 45 años Galería Forma fue la primera en abrir sus puertas. Actualmente existen cinco galerías de arte importantes: 1-2-3, Espacio, La Pinacoteca, Azul y Blanco, y Saravia. Cada una, consciente o no de ello, apoya una corriente estética determinada.

Hace hambre, y el caldero aun no hierve.


Ponencia presentada en el Seminario “¿Qué Centroamérica? Una región a debate” a invitación del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica y gracias a la Escuela de Comunicaciones y Diseño Mónica Herrera, Julio 2006.

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