11.1.07

Licry Bicard o Las rayas del tigre

Marcada por los conflictos y vicisitudes de una tierra en permanente movimiento, la artista Licry Bicard ha dejado en los últimos 30 años huellas indelebles con su obra. Conversamos largo rato sobre su trayectoria artística, memorias, e impresiones sobre el arte y la vida. Además intercambiamos opiniones sobre la muestra que presentó recientemente en la Sala Nacional de Exposiciones junto con las artistas María Kahn y Negra Álvarez.



Latidos de la memoria



Nació en 1944 en “una época difícil”. La familia “que la vida te da” era de San Miguel, Santa Ana y San Vicente con raíces catalanas.



“Mi abuela materna era una mujer bien soñadora. Le gustaba escribir poesía, tocaba guitarra y cantaba las canciones que ella hacía. Yo ponía la oreja en el corazón de ella y me gustaba escucharle los suspiros.”



Su padre fue constructor de carreteras, y con su madre tuvieron cinco hijos. Recuerda su infancia en San Salvador en la Col. Layco y en el colegio de monjas en el que estudió.



“De pequeña vivíamos frente al Cuartel San Carlos, atrás habían unas fincas de café. Yo me perdía en el cafetal a cada rato, me salía de la casa y me iba, o pasaba en un rincón dibujando mis muñequitos que con una tijerita cortaba.



“En la primaria tuve especialmente cerca una monja belga que me enseñó a coleccionar estampillas, monedas, billetes, leer. ¡Y que yo di batería! Era tremenda.



Nace al mundo



Entre su graduación del colegio y su boda en 1966 hace su primer viaje a Nueva York a ver la Feria Mundial y luego a México.



“Para mí ver los cuadros de Dalí, las esculturas, las joyas, el Metropolitan, ir a Broadway, ¡todo eso me abrió un mundo! De ahí me fuí a México. ¡Hasta a la Tombolele conocí!



A su regreso al país da terapias ocupacionales en distintos hospitales. La tensión política comienza a generar “problemas en el centro” de San Salvador y ello la lleva a incorporarse a la empresa familiar, donde labora hasta que nace su primera hija Raquel.



“Si es que la vida, la vida a uno lo arrastra para todos lados.



Tres Llaves de Oro




“Empecé a dibujar una madrugada que mi marido andaba de viaje y yo tenía al bebé gritando.
Busca formación técnica y de método, sin suerte. Como ella bien dice, su mérito fue su tenacidad, que le condujo finalmente a tener experiencias valiosas sobre composición con el pintor español Carralero y sobre el dibujo de contorno con la artista japonesa Miyako Aoki.


“Los pintores de aquí bien pícaros me decían: ‘Hay 7 llavecitas de oro y no las has encontrado’. Pero eran puras burlas. Las llaves las encontré en los libros, en los viajes y con la gente talentosa. Soy de la opinión que no hay que saber demasiado.



Estudia dibujo con el escultor español Benjamín Saúl. Quien fuera para Licry el maestro que le “abre la mente”, la conduce a finales del 79 a seguir por cuenta propia.



“Mi amistad con él era grande. Me animó a leer bastante. Él rompió con algo que yo no lograba. Hay algo que me pasó al estar dibujando, que yo dije ‘veo más allá de lo que él me dice’.



Implosión de luz



“Ya mi padre había muerto, mis hijos creciendo, la guerra estaba en lo peor y era un tormento, y para más me retiro de las clases. Estaba muy asustada. Me encerré en la casa a hacer unas pinturas muy negras.



“Pasaba horas pintando. Esa vibración que yo estaba viendo al pintar era como el pulso de uno mismo. Hice cuadros metafísicos, cosas que explotaban en el aire. Me empecé a fijar en las luces y sombras y me enamore de ese mundo. Por ahí entré. Yo no tengo escuela, la escuela fue el ambiente el que me la dio.



Caminos paralelos



Viajó a Europa, al medio oriente, a Sur América, visitó museos y galerías. Recuerda la obra del venezolano Soto y del chileno Matta, así como el cinetismo de McEntyre, los abstractos de Armando Soriano, y el simbolismo de Salarrué. Conoció a través de la Galería Forma al mexicano Cuevas y a la pintora boliviana María Luisa Pacheco.



“Empecé a buscar a la gente que yo intuía era por los caminos que yo andaba. Así fue que me topé con los matéricos españoles. La Galería Laberinto de Jeanine Janowski fue una gran escuela, ahí aprendí mucho de Carlos Cañas y Julio Sequeira.



Vasto Azar



En su vida diaria se somete a “grandes disciplinas” y “rituales bien marcados” para sacar el máximo provecho del azar creativo, sobre todo en sus pinturas de formato grande.



“Mi trabajo es bien desordenado. Si voy a hacer acuarelas en este momento tengo que tener suficientes acuarelas y papel, porque no sé si va a ser grande o mediana o la voy a picar con una tijera. Me gusta mucho picar, romper hasta con las uñas. Es que el mundo del arte es vasto, es vasto.



El tigre



La obra de Licry abarca un espectro amplio. Dibuja con gestos rápidos de la mano figuras de tono lúdico. Su pintura tiene una presencia fuerte de la materia, que se condensa en paisajes, abstractos o símbolos prehispánicos. Trabaja también moldeando el espacio con escultura o instalaciones construidas con objetos de su historia personal.



“El garabato es un impulso eléctrico que es parte de tu vida. No es que seas emotivo, uno puede tener impulsos frenados. Yo a eso le llamo el tigre.



“Siempre estoy dibujando y a la vez estoy pensando. Uno se ubica en otra realidad, la propia. Si tenes ojo, mente y corazón, no necesitas que te enseñen el humor, las pasiones, el reventar de una ola en el mar, aquel sonido que oís en la noche.



“Leí por algún lado que si pones tu conciencia, que es oírte a tí mismo, antes que tu ciencia, tu ciencia prevalece. Eso es comprobadito. Los trabajos tienen trascendencia, porque hay conciencia. Con-ciencia.



Detrás del espejo



Ahora en la Sala Nacional Licry presenta su obra reciente. Muestra sus característicos “garabatos” a través de lupas y cajas de espejos, pinturas monocromáticas en las que predomina el gesto de la pincelada, y montajes de maniquíes, algunos desmembrados.



“El maniquí es parte de un período bien importante. No he encontrado todavía el cuerpo de aquella niña y la cabeza de aquel. Hace de caso que eran niños de verdad, había una conexión de recuerdos y lo tenía que hacer.



“Quería que se viera bien el drama a través de la luz fuerte y la vibración del color rojo, sin oscuridad para que se piense claramente.





“El arte para mí es un mundo de mundos. El mundo de las ideas. ¿Y por qué no pues?

Publicado en La Prensa Gráfica, 2005.

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